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¿Quién no ha asistido alguna vez a una discusión por el aire acondicionado?  Que si nos estamos congelando, que esto parece un horno, que me da todo el chorro de aire a mí…

Un sistema de climatización bien diseñado e instalado en el entorno de trabajo es clave no solo por una cuestión de confort, sino también porque reduce la factura eléctrica y mejora la productividad de los trabajadores.

La normativa vigente señala que en edificios no residenciales, categoría a la que pertenecen las oficinas, las instalaciones de aire acondicionado han de mantener la temperatura entre los 23-25 grados en verano y los 20-23 en invierno.

Y conseguirlo no se basa únicamente en indicar una determinada temperatura de calefacción o refrigeración en un dispositivo. Hay otros aspectos de una instalación que se deben tener muy presentes a no ser que queramos llevarnos un buen susto cada mes con el consumo eléctrico.

Por este motivo y porque desde el punto de vista técnico este tipo de instalaciones suelen tener una mayor complejidad que las domésticas, aún más si cabe, se debe recurrir a instaladores profesionales acreditados para que hagan un riguroso estudio previo y en base al mismo ofrezcan la mejor solución.

En ese diagnóstico previo, se analizan apartados como:

  1. Aislamiento y elementos de climatización pasiva (toldos y ventanas)
  2. Opción de sistema integral valido tanto para verano como invierno.
  3. Incorporación de reguladores de temperatura individualizados por zonas (no todas las áreas de trabajo presentan las mismas condiciones térmicas).
  4. Dispositivos de control programado de la temperatura.

Y a partir de ahí, se ponen sobre la mesa las soluciones: desde splits como los domésticos hasta equipos individuales, multicombis, unidades centrífugas…