¿Quién no ha asistido alguna vez a una discusión por el aire acondicionado? Que si nos estamos congelando, que esto parece un horno, que me da todo el chorro de aire a mí…
Un sistema de climatización bien diseñado e instalado en el entorno de trabajo es clave no solo por una cuestión de confort, sino también porque reduce la factura eléctrica y mejora la productividad de los trabajadores.
La normativa vigente señala que en edificios no residenciales, categoría a la que pertenecen las oficinas, las instalaciones de aire acondicionado han de mantener la temperatura entre los 23-25 grados en verano y los 20-23 en invierno.
Y conseguirlo no se basa únicamente en indicar una determinada temperatura de calefacción o refrigeración en un dispositivo. Hay otros aspectos de una instalación que se deben tener muy presentes a no ser que queramos llevarnos un buen susto cada mes con el consumo eléctrico.
Por este motivo y porque desde el punto de vista técnico este tipo de instalaciones suelen tener una mayor complejidad que las domésticas, aún más si cabe, se debe recurrir a instaladores profesionales acreditados para que hagan un riguroso estudio previo y en base al mismo ofrezcan la mejor solución.
En ese diagnóstico previo, se analizan apartados como:
- Aislamiento y elementos de climatización pasiva (toldos y ventanas)
- Opción de sistema integral valido tanto para verano como invierno.
- Incorporación de reguladores de temperatura individualizados por zonas (no todas las áreas de trabajo presentan las mismas condiciones térmicas).
- Dispositivos de control programado de la temperatura.
Y a partir de ahí, se ponen sobre la mesa las soluciones: desde splits como los domésticos hasta equipos individuales, multicombis, unidades centrífugas…